Una manada de barbaridades

Una manada de barbaridades

A riesgo de ser calificado, al menos, de machista, no puedo dejar de opinar acerca de lo que está constituyendo un peligroso ataque a la independencia del poder judicial por parte de la mayoría de medios de comunicación, alentado y consentido por una clase política temerosa de contradecir un sentimiento generalizado de injusticia por la sentencia que la Audiencia Provincial de Navarra ha dictado en el caso de La Manada.

Decir que, avanzado el primer cuarto del siglo XXI, se ha obtenido en nuestro país la igualdad de derechos entre hombres y mujeres sería desconocer la triste realidad de que queda mucho camino por recorrer a nivel institucional y educativo: España ¿y el género humano? es machista y todos (y todas) tendemos a serlo por el asfixiante peso de siglos de estereotipos, convencionalismos y conveniencias.

Eliminar de nuestras vidas, de puertas para adentro y en todos los ámbitos, todo rastro de machismo debe constituir un reto personal y social inaplazable.

Unos sencillos ejemplos y un test en el que, con sinceridad, respondiéramos a cómo nos desenvolvemos en el día a día demostrarían lo machistas que podemos llegar a ser, aunque pensemos que no lo somos, pero el asunto al que me quiero ceñir (ya lo avanzaba) es la frivolidad y la simplificación con la que, en general y sin leerla si quiera, se está tratando la sentencia y sus ciento treinta y seis folios y, lo que es peor, el ataque personal que están sufriendo la magistrada y magistrados y, en especial, el que emitió el voto particular de absolución respecto de unos individuos cuyos gestos, poses y palabras mueven a la repugnancia por la evidente cosificación que hacen de las mujeres y por la sospecha de que actos parecidos al de Pamplona se habían cometido con anterioridad.

Todos tenemos en la retina las imágenes de los condenados en actitudes que predisponen en su contra a todo al que las vea. Y se han visto y revisto en todos los formatos, en pantallas de cuarenta y dos pulgadas y a mano en las de los teléfonos móviles, en informativos y en programas de opinión y diversión y pese a toda esa repulsión generalizada y justificada, dos magistrados han calificado los hechos de forma distinta a la violación que, a gritos se pedía desde hacía dos años, y otro, incluso, se ha atrevido a sostener la absolución.

Se puede poner en duda el criterio de los jueces y recurrir frente a sus decisiones pero lo que no debe cuestionarse es que han dedicado mucho tiempo a examinar las pruebas y a escuchar a todos los implicados antes de decidir y si esta sentencia se considera injusta por las partes, éstas deben recurrir para que otro órgano judicial revise la resolución.

El mejor ejemplo de lo que digo lo ha encarnado el Ministerio Fiscal quien defendía que existió agresión sexual y que está disconforme con la sentencia pero, a la vez, pide respeto a los jueces y a su decisión.

A la espera de lo que se decida finalmente, todos deberíamos sentirnos más tranquilos ante unos jueces que, lejos de llevarse por sentimientos propios o generalizados, analizan las circunstancias del caso y resuelven conforme a su convicción, errónea o no, pero motivada, pues a esa motivación es a la que tienen derecho acusados y acusadores un derecho que, en este caso, se ha cumplido con creces.

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